15.12. - PARQUE GHIBLI
O el desencadenante de toda esta locura, porque fue cuando anunciaron que Ghibli iba a abrir un parque, quedó decidido: tenemos que ir a Japón.
Vale aclarar que es un parque temático, no de diversiones. No hay juegos de subirse, ni fichines, ni 28 restaurantes, ni desfiles o performances de changos disfrazados de personajes. Hay exposiciones y recreaciones de escenarios de las pelis del estudio.
Conseguir las entradas fue una odisea, me tuve que plantificar delante de la compu en el día y hora que salían a la venta (un domingo a las 7 am, hora de España), cual concierto de rock, para ponerme en cola y poder asegurarme el lugar. Tienen un sistema perverso en que hay que sacar un tiquet para cada área del parque (son 3) y cada una tiene su hora de entrada. Para complicarla más, desde el extranjero no están disponibles todos los horarios, solamente dos por cada zona, lo que supuso un trabajo de investigación importante entre blogs, reseñas y videos para ver cuál era el orden más conveniente para ver todo.
Nos levantamos a las ocho, decidimos hacer el desayuno en el hotel aunque fuera “caro”, 1400 ¥ por persona. Impresionante el buffet japonés: Arroz, pescado, sopitas, ensalada... sí, había un par de modelos de pan, y fruta, yogur y un (1) modelo de croissant para los que no pueden vivir sin su continental, pero we embraced la japonitud.
Salimos para Aichi; al final de la línea de metro (esta sí tenía ascensores) cambiamos al Linimo, el único maglev (tren de levitación magnética) de Japón. Lo hicieron para la Expo 2005, en cuyo expredio funciona, entre otras cosas, el parque Ghibli. Llegamos tempranísimo, nos compramos onigiri en el konbini y pasé por el primer shop. Aquí el consumismo se premia: en cada tienda del parque había cosas distintas (hasta en el konbini había merchandising de Ghibli). Así que había que pasar por todas. Juro que no en todas terminé comprando.
Arrancamos
en el área de Hill of Youth. Allí están, alrededor de la rotonda de Susurros del Corazón,
la casa-tienda de antigüedades de la peli, la oficina del gato de The Cat Returns y la parada del Gatobús de Mi Vecino Totoro.
También hay un buzón de verdad desde donde me autoenvié, previsora, una postal.
Las cartas enviadas desde este buzón llevan matasellos del Parque.
La oficina del gato es preciosa, a escala, con el interior decorado y figuras del Barón y de Muta (el gato gordo) charlando en el salón. Pero el anticuario... La casa-tienda es sencillamente alucinante. Todo está recreado al mínimo detalle. El mobiliario sesentoso, un despelote. Los cajones y armarios están llenos de cosas, no recreaciones, cosas de verdad, de antaño, cosas normales que hay en las casas. Y se pueden abrir y chusmear. Lo que deben haber recorrido anticuarios y mercados de pulgas de todo Japón para lograr eso, es demencial. Hicimos tiempo ahí porque cada media hora se activaba el reloj. Si, El Reloj de Susurros del Corazón, con los duendes minando piedras preciosas y el príncipe que contempla a su princesa antes que el día la vuelva a transformar en oveja, eso de verdad, ahí, en vivo. Me emocioné hasta la médula.
De ahí fuimos al Grand Warehouse, con varias cosas para ver y una plaza principal de aires gaudinianos.
Aquí también hay sala de cine, con un look exquisitamente art deco. El corto que vimos, sin embargo, se nos escapó bastante porque tenía mucho más diálogo del que nuestro japonés básico podía procesar. También nos hicimos (léase: Nacho me hizo) fotos mil en los distintos ambientes recreados de las pelis. Nos faltaron solo dos, conscientes: No-Face y el robot de El Castillo en el Cielo. En ambos, la cola era tan larga que no hubiéramos llegado al área siguiente a horario. Y, en el caso del robot, teníamos la del museo. Culpa mía también por no haber querido hacer la cola ni bien llegamos, pues al final resultó mucho más larga. El No-face es la primera parada de la exposición principal, con escenarios de pelis varias donde hacerse la foto. El principal problema veo yo es que la gente se hace tropecientas fotos, vuelve a ver si le gustaron, repite... Lo siento mucho, pero si tenés cien personas atrás tuyo, tirá dos o tres y lo que sale, sale. El personal tendría que apurar más o, incluso, hacer las fotos ellos.
Además de esta expo, permanente, había otra, temporal, sobre la comida en las distintas pelis de Ghibli. Mención especial para la inclusión de cuadros de mi amada Heidi, producida por Isao Takahata antes de fundar Ghibli con Miyasaki. Tras una pasada rápida por el shop, llenísimo de gente, salimos luego para la casa de Satsumi y Mei, de Mi Vecino Totoro. Otra locura recreada con todo detalle. Cosas de cocina, juguetes, ropa, todo lo que hay en una casa. En los cajones de la cocina había hasta espirales para los mosquitos, del año de ñaupa (la peli transcurre en los ‘50). Repito, el trabajo de campo para conseguir todos esos objetos es descomunal. A diferencia de la de Susurros del Corazón, acá sí dejaban hacer fotos adentro, con lo que me hubiera quedado a vivir, si no fuera porque al cabo de un buen rato Marido miraba con cara de cuándo nos vamos y la luz comenzaba a menguar (el día estuvo chotísimo, pero sarna con gusto no pica).
La visita se completó con subida a una colina donde hay un Totoro gigante para hacerse fotos y de la que bajamos con una mena de funicular (técnicamente un ascensor inclinado), que parece de juguete. Antes de partir pasamos por el Mononoke Village, que solo tiene un par de monstruos para la foto y un pabellón que es solo de afuera, al menos por ahora, está recién inaugurado.
El parque es un despelote, y un imprescindible para cualquier fan de Ghibli que se precie. Quiero un pase anual ya. La pega es el sistema de horario fijo que tienen y que, dicen, pronto eliminarán, ya que nos faltó tiempo para el Grand Warehouse, pero si no, nos perdíamos Totoro. Y eso hubiera sido imperdonable.
Volvimos reventados y fue una aventura encontrar lugar donde cenar. La palabra del día fue “kanseki”: “lleno”. Finalmente dimos con una izakaya donde comimos rico y nos atendieron rebién. Volvimos al hotel, pasamos por el sentō, juntamos ya seca la ropa que habíamos dejado en la lavadora, y nos fuimos a dormir tempranito para el madrugón.
Próxima parada: Kyoto
Está visita no la hubiera aprovechado mucho, totalmente ajena a todas las películas que mencionás. Pero me hubiera re divertido abrir armarios y cajones en las recreaciones de casas, me parece una genialidad
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