15.7.06
Euskal Herria
Holi! Long Time no see! No me extenderé en débiles excusas por no haber actualizado. El finde pasado anche lunes y martes estuvimos paseando por el país Vasco. Salimos el viernes 7 a la noche en tren, viaje un poco plomo pues justo al lado nuestro viajaban un trío de post-adolescentes de lo más hortera (gronchos) q se la pasaron 1/2 viaje hablando a los gritos, y sin nada interesante que decir. Por suerte bajaron a mitad de camino. A las 8 a.m. llegamos a Bilbao, y nos fuimos a dejar las cosas a la pensión.
La pensión merece un párrafo aparte. La misma está ubicada en un edificio de más de 100 años que se viene abajo, aunque actualmente están rehabilitando la fachada (no sé si habrá planes de seguir con el interior: debería). Un edificio que a pesar de los pisos hundidos, el parquet desgastado, endurecido y agrietado, el grisor uniforme que todo lo cubre, aún conserva la escencia de lo magnífico que tiene que haber sido cuando no parecía un escenario de película de gangsters. La escalera tenía casi dos metros de ancho, y avanzaba de a tres tramos en "U", dejando en medio una luz suficiente como para poner eventualmente un ascensor. El lado que cerraría la "U" era el rellano de cada planta, de unos 5 metros de largo, con cuatro ventanales que daban al "patio de luces" que era en realidad un espacio rectangular de no menos de 6x20 m al cual daban también las ventanas interiores de los pisos, y un balcón angosto en cada uno. Dentro de la pensión, el estado de abandono de las áreas comunes del edificio desaparecía, ya que a Dios gracias estaba todo limpio y cuidado, pero por lo demás, el efecto "Ud. acaba de viajar a los tiempos de su abuelita" se mantenía. Puertas altas; pisos de madera con quien sabe ya cuántas capas de cera/barniz encima, alfombras marronosas que en sus épocas fueron variopintas; armario de luna en la habitación; almohadas de vellón (alabadas sean); visillos; cañerías eléctricas externas; cuarto de baño de 9 m² con piso de mosaico; azulejos blancos hasta metro ochenta y pintura al aceite de ahí al techo; sofás bajos de terciopelo alopécico; y profusión de cuadros, tapetitos y adornos de estilos que iban del "museo de historia de la ciudad", pasando por lo "caduco" hasta el kistch más flagrante. La "landlady", Joaquina, muy amable, hacía juego con la edad del conjunto.
Volviendo al siglo XXI, flasheé completamente con Bilbao. ¡Qué ciudad hermosa! El centro y ciudad vieja (núcleo por el que nos movimos) son chiquitos, fáciles de atravesar a pie y, si uno se cansa, está el tranvía, o el metro, las estaciones del cual fueron diseñadas por Norman Foster, autor también de la barcelonesa Torre de Collserola. La arquitectura antigua y la moderna se mezclan de forma muy armoniosa, y el estilo de la primera tiene más de normando y flamenco (flamenco de Flandes, se entiende, no de Sevilla) que de franco-español. Las esculturas de Chillida y de Oteiza salpican toda la ciudad. El primer día lo dedicamos a Museos. A la mañana cumpimos la obligadísima cita con el Guggenheim. Nos fuimos caminando por el paseo que bordea la ría, donde unos metros antes del museo está el Zubizuri, puente peatonal de Santiago Calatrava. El piso del puente es de vidrio, lo que le da un toque extra de ligereza. El Guggenheim impone. Superado el primer shock al ver tremendo armatoste revestido de metal, el edificio es divino. Los espacios interiores son diáfanos, curvos, con montones de luz natural y balcones al hall central que permiten admirar la arquitectura. Como buen museo de arte contemporáneo, la colección permanente alberga cosas lindas junto a otras decididamente ladris. La expo temporal era una recopilatoria de arte ruso desde el siglo XIII hasta nuestros días, muy interesante por la variedad y la evolución de estilos. Interesantes los cuadros de la época comunista. También había algunos cuadros de Malevich que habíamos visto hace un tiempo en la Pedrera. Frente a la puerta principal se alza Puppy, una escultura floral de un perrito, obra de Jeff Koons. Al pasar por delante se siente el aroma de las flores (copetes, margaritas, lobelias, alegría del hogar, et al) y entre sus plantas anidan pajaritos.
Presupuesto obliga, almorzamos en Subway (que es más mejor que Merdonalds) y dado el calor que hacía y lo poco que que habíamos descansado en el tren, nos fuimos a la pensión a hacer la siesta. A la tarde visitamos el Museo de Bellas Artes. Una bonita visita. Abarca obras desde el medioevo hasta la actualidad, con un poco de todo, en un edificio amplio con buena circulación. Hay algunas joyitas, como algún Picasso o El Greco, y un cuadro q me llamó la atención, una Adoración de los pastores de anónimo francés del S.XVII. Este cuadro (y una a estas alturas ha visto centenares de Nacimientos) es el primero que veo donde el Niño Jesús es representado como un bebé y no como un lascivo angelito Rubensiano. Un niño Jesús, además, morocho, como corresponde a su genética, sin aureola, y que no mira a los pastores con gesto mayestático, sino que ante el revuelo que frente a él se arma, busca con la mirada a su madre. Pueden verlo Aquí. puede que el artista ignoto que lo pintó no tuviera la técnica de Velázquez ni el manejo de la luz de Rembrandt, pero su agudeza y sensatez a la hora de ilustrar la natividad lo hace merecedor de homenaje, aunque sea en este igualmente ignoto blog.
Saliendo del museo dimos una vuelta por un parque cercano, desde donde ya medio exhaustos tomamos el tranvía hasta el casco viejo. No surprises here: calles angostas, piedras centenarias, plaza porticada llena de bares, tiendas de souvenires, nuevas tiendas temáticas y tiendas "de toda la vida". Cena con sanguchitos comidos junto a la ría y mutis por el foro.
Al dia siguiente fuimos a Getxo, a 15 km de Bilbao, donde desemboca la ría en el cantábrico. El metro nos dejó allí en un toque. Nos pateamos todo el paseo marítimo desde la escollera, deliciosamente parquizada, hasta el puerto viejo de Algorta, con casitas blancas caleadas y calles empinadas. Por el medio, palacetes de fines del siglo XIX y principios del XX, y el Cantábrico a nuestros pies. De vuelta en Getxo cruzamos la ría, ida y vuelta, en la barquilla del Puente Colgante, Impresionante obra de ingeniería, la más antigua de su tipo, que hace sólo dos días, el 13/7, ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Comimos comida de verdad, en el Pub The Green Parrot, que ofrecía el menú a mejor precio: enslada para mí, revuelto de setas para Nacho, y de segundo nos decantamos ambos por merluza a la romana, que venía con morrones. De postre, mousse de limón. Volvimos a Bilbao en el metro, vimos la Basílica de Begoña, muy linda (aunq sólo la vimos por fuera pq estaba cerrada) con unos jardines preciosos en sector cheto de la ciudad. Luego subimos con el funicular de Artxanda al barrio homónimo. De allí arriba se tiene una panorámica impresionante de la ciudad. Al bajar cenamos raudamente en el Subway y Nacho se fue a un pub a la vuelta a ver la final del mundial. Yo me quedé dando vueltas, luego un rato en internet, y al final me fui al bar con él (finalizando el 2º tiempo) donde disfruté un delicioso Malibú con piña.
No se pierdan el próximo capítulo del viaje donde les contaré Donostia.
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