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15.9.13

Melancolicoso: revolviendo la cocina.

A raíz de una conversación en un grupo de internet en el que participo, surgieron una serie de posts sobre los objetos de bazar que cada integrante tiene en particular estima. Del repasador del catalanet ya hablé en su momento, pero hay más recuerdos en la cocina de esta cronista.


Este era un cenicero, tarea para la que siempre me pareció demasiado lindo. Por suerte, como mi mamá sólo lo sacaba para fiestas (dos veces por año como mucho) tiene muy poco uso, y reciclado como plato para aceitunas va genial. Lo uso con tanta frecuencia como mi madre. XD

Lata 1: de dulce de leche Chimbote, del año de ñaupa. Mi mamá la usaba para guardar los colorantes y granas de decorar, yo guardo los cortapastas. De chica me llamaba mucho la atención el arlequín ése, un poquito de impresión creo que me daba. El nombre, chimbote, me parecía horroroso. 


Lata 2: De los míticos Bizcochos Canale. Nada de ediciones conmemorativas; en la tapa dice "Envasado 1968". En casa se usaba para guardar azúcar y eso mismo guardo yo (negro e impalpable)

"Mis" cubiertos y "El" cuchillo: Este juego de cubiertos me lo regalaron de bebé. Los a-mo. Además de ser lindísimos, el tenedor es el mejor tenedor de postre que haya usado jamás, corta los bocados de torta que es una maravilla. De chiquita me gustaba sobre todo untar manteca con el cuchillito, porque tiene una mini sierrita, entonces quedaba con dibujito.
El otro cuchillo es chotísimo, no corta ni la leche, pero tiene una hoja finita y flexible que es un golazo. En casa se usaba para todo menos para cortar: de abrecartas, para untar, para despegar etiquetas y/o pegotes varios, de destornillador, para enrular cintas de regalos, de pinchatortas, de espátula de repostería, y para cavar macetas para poner plantas. 

Este es un vasito de licor, era de mi iaia. Creo que en una época también tenía la botella, pero no estoy segura. Siempre me encantó: rosa y con filigrana, what's not to like?. Cuando era chica me fascinaba eso de que hubiera copitas chiquitas, y obvio, cuando revolviendo las encontraba tenía que tomarme un shot de coca cola o sevenup, sí o sí. Si eran chiquitas eran para nenas, ¿no?


Este tazón de caldo también era de mi iaia. El nombre no me terminaba de cuadrar. A mis cinco años el caldo era parte integral de la sopa, no tenía entidad propia. Huelga decir que para mí era la taza de la princesa y punto; la más grande y mi preferida entre tres así floripondiosas y con doraditos que tenía mi iaia. Me la llenaba de café con leche (café hasta los pies de la princesa, leche caliente hasta arriba y más vale que tuviera nata) y cubitos de pan de ayer. A medida que iba comiendo el pan remojado, le echaba más, hasta que quedaba un tercio de taza más o menos (y la princesa había sido salvada de morir ahogada) y me lo terminaba de tomar. 

Acá hay un detalle del dibujo. No, no es una dama cualquiera y un juglar sin salir del closet que le canta oh mi amor María mía: Es una princesa y el es el príncipe y se van a casar, ok?. Esta taza es la única de todos estos objetos que no está en uso, tal vez porque ya no tomo café con leche, tal vez porque me da lástima llenarla de lo que sea, tal vez por miedo de que se rompa al lavarla y se muera la princesa...



1 comentario:

  1. Nuri, un primor de post, y divinos los artículos que detallás. Las fantasías con la princesa del plato son encantadoras. Se ve que de muy chiquita ya apuntabas a un lugar en las cortes, lo merecías.

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