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24.10.11

La comida NO entra por los ojos

A principios de mes fuimos a Hamburgo. Una de las cosas que hicimos, a insistencia mía, que hacia mucho que tenía ganas, fue ir a cenar a un restaurant a oscuras.
Al llegar, en el lobby iluminado, elegimos el menú que queríamos. Hay 6 menúes disponibles: vegetariano, de quesos, pollo, cordero, pescado, o sorpresa,  en versión 4 pasos (sopa, entrada, principal y postre) o 3 (con sopa o postre). Pero uno no sabe qué va a comer. Los menúes contienen apenas descripciones vagas de cada plato. Por ejemplo, el menú que elegimos nosotros (cordero, yo con postre y Nacho con sopa) dice:
Con cuchara:
Un italiano picante y una española soleada van juntos a bañarse, que el agua está hirviendo.
Para abrir boca:
A la sombra de los árboles se recuesta sobre el suave verde y sueña con verse fina y sabrosa.
Para quedar pipón:
Jóvenes dorados y hadas verdes hacen honor a la delicada promesa.
Conclusión dulce:
Pasión fría como el hielo encuentra dulce seducción.
Un vez elegido el menú y habiendo ido al baño, ya que éste está en el lobby y no era cuestión de interrumpir la experiencia en el medio, apareció nuestro mozo ciego y nos condujo al salón comedor. Primero entrás a un cuartito intermedio, iluminado mortecinamente. Nacho puso su mano en el hombro del mozo (que era casi tan alto como él), yo puse la mía en la cintura de Nacho, el mozo apagó la luz y en medio de la negrura total nos condujo en fila a nuestra mesa.
Quiero hacer hincapié en la negrura total. Seamos realistas, en nuestra vida diaria casi nunca hay negrura total. Incluso si nos levantamos en medio de la noche con ganas de hacer pis, la luz se cuela por todos lados: los agujeritos de la persiana (aunque sea una noche sin luna en la calle hay luz); los números del radio-reloj; las lucecitas de stand-by de cuanto aparato electrónico hay en casa: compu, TV, equipo de música; las lucecitas testigo de zapatillas e incluso de algunos interruptores de luz; la llamita del tiro balanceado o del termotanque. Lucecitas que aunque tal vez no sirven para aclarar mucho el panorama, pero sí ayudan, y mucho, a ubicarse en la oscuridad. Acá no. Acá no hay una puta chispa de claridad, cero, nada, 100% os-cu-ro.
Mozo nos indicó donde estaban los cubiertos y al ratito nos trajo la bebida, ya en vaso. Al principio apoyás las manitos sobre la mesa y vas reptando con los dedos hacia los cubiertos y hacia el vaso, agarrando siempre de abajo para no volcarlo. La mesa era de madera, le calculé unos 80 cm de lado a juzgar por la distancia a la quedaban nuestras manos. Las sillas, metal y plástico. Nunca sabremos si el conjunto se veía como la cantina de un club de barrio o como un restaurant de diseño modernoso y yuppie. Teníamos un individual plástico, sobre éste los cubiertos y la servilleta, de papel. Vaso arriba a la derecha como es de suponer. Cero elementos "decorativos", lo cual dadas las características de la propuesta no sólo es de esperar, sino de agradecer.
Al ratito vino la sopa de Nacho y la canastita de pan. Yo también la  probé, y para no hacer enchastre, coloqué una rodajita de pan debajo de mi cuchara, así me llevé varias cucharadas de sopa desde el plato de Mi Amado Esposo hasta mi boca de manera exitosa. La sopa era picantita y no sabíamos bien si de papa, zapallo o qué. Después vino la entrada, una ensalada. No la sirven toda mezclada sino con los elementos separados. Aquí tengo que hacer mi única crítica negativa para con la comida, que hubo un poco mucho agridulce para mi gusto. La ensalada tenía lechuga, tomate, aceitunas (se las pasé a Nacho como de costumbre), panceta (para alegría de Nacho), pepino, manzana y algo que no sabía si era durazno o ciruela. (y creo que algo más pero no recuerdo) La vinagreta era bastante dulzona y con un picor que me recordaba al wasabi, pero sin gusto a wasabi. Una es buena y trata de usar los cubiertos, pero es inevitable terminar metiendo los dedos de lleno en el plato, ventaja de que lo ciego sea el restaurante y no una misma.
El plato principal fue lo mejor de la comida: el cordero estaba asado en su punto justo, tiernísimo, muy muy rico. Vino acompañado de un puré aderezado con algo demasiado dulzón para mi gusto (igual comí bastante) y un salteado de zapallitos con piñones que estaba espectacular, una combinación que nunca se me había ocurrido y queda muy pero muy bien. Al final me trajeron el postre, un helado que por el sabor ácido primero pensé que era pomelo, pero me faltaba el amargor, así que sin saber mucho decidí que era maracuyá. Venía bañado con una salsa que primero pensé que era frutilla pero en un segundo paladeo me di cuenta de que era frambuesa, y al lado habia un trozo de brownie y unas almendritas garrapiñadas, muy rico (salvo el helado que hubiera preferido un sabor más dulce). Del tamaño de las porciones puedo decir que salimos satisfechos sin sentirnos pesados.
Durante la comida nos reímos mucho, entre los intentos por adivinar ingredientes, encontrar la comida con los cubiertos (Nacho decidió pinchar el cordero por el centro y comerlo tipo chupetín) o llenar el plato de dedos. En otros momentos nos callábamos y tratábamos de darnos una idea de lo que pasaba alrededor nuestro: quiénes ocupaban las mesas vecinas, cuán grande y de qué forma era el salón, dónde quedaba la cocina. Me encantaría poder ver el lugar con luz, o un plano, para ver cuánto le acertamos, ya que al rato de estar a oscuras me di cuenta de cuánto más precisamente podía identificar la procedencia de un ruido. Después venía la charla obligatoria intercambiando las impresiones recibidas: "Los de la mesa de al lado se fueron, ¿no? ¿Las minitas de acá atrás son tres o cuatro?". Charlamos más que en una comida visible.
Al salir del comedor para pagar nos mostraron una pizarra con lo que realmente habíamos comido. Le acertamos a casi todo. La sopa misteriosa era de pepino, el picante de la ensalada era gengibre (de ahí mis recuerdos de restaurant chino) y el dulce banana. Mi indecisión entre durazno y ciruela tenía por sencilla explicación que había un poco de ambos. Y el puré era dulce porque era de batata, no de papa. Le acerté al maracuyá, aunque no distinguí el café que dice que tenía el brownie.
Me encantó la experiencia, lástima que sea tan caro (unos 50-60 euros por persona, mínimo) y que no esté disponible en todos lados.

3 comentarios:

  1. He leído sobre esos restaurantes y me encantaría ir. No podría con Juan, porque eso de la oscuridad lo hace sentir inseguro y que se caerá. Seguro que no, pero es us sensación.
    Mientras leía la descripción de la comida, pensaba que era muy frustrante no saber nunca lo que se comió, pero veo que la intriga queda explicada.
    Y sí, debe ser de todos modos frustrante que no te enciendan la luz para ver el lugar, justo antes de retirarte. Cómo hacen para saber cuándo terminaste un plato para traer el otro? Y además no tirarte nada encima al servir.
    Durazno y ciruela en ensalada no es mi favorito, pero pasaría. Aunque jamás en compañía de aceitunas y tomate.
    Acá hay una compañía (Ojcuro) que hace teatro a oscuras, con muchas sensaciones, dicen. Alguna vez iría.

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  2. Pues cuando gustes, yo repito encantada.
    El mozo va pasando y te pregunta si está todo bien, si puede retirar, etc. Mientras no está yendo y viniendo de la cocina o la recepción anda cerca, cosa que si necesitás algo lo podés llamar. Los platos ya vienen servidos, y como el mozo es cieguito sabe llevarlos sin que se le caen, es un profesional!

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  3. por supuesto que no vieron las escupidas del mozo sobre la comida ni las cucarachas que andaban por doquier, el cordero asado pudo haber sido perro,que es parecido, y la ensalada rejunte de todos los restos de los que no comieron al igual que el helado...NADA ! que admiro vuestra curiosidad, pero que yo ni en pedo ,y menos pagando.- un petó el papa

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