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12.4.07

Praga (sale con goulash)

Todo llega en esta vida, y eso de lo qu tenía ganas hace mucho -ir a Praga- se concretó en la semana santa q acaba de pasar. Contamos para la ocasión, además, con la grata compañía de mis Sres. suegros. Nosotros partimos en tren el viernes santo a la bendita hora de las 6 de la mañana y, tras dos transbordos, llegamos a la capital checa donde Juan y Silvi ya se encontraban desde hacía dos días. Como llegamos al mediodía, ni bien nos acomodamos en el depto comimos el almuerzo, sencillito pero eficaz. Tras café y charla nos fuimos al centro con tranvía, tarea un poco complicada pq justo la parada de tranvía que teníamos a un par de cuadras parecía hecha por funcionarios argentinos: el andén de ida está en una cuadra distinta del de vuelta, en un cruce imposible y con señalización más que deficiente. Conseguimos llegar bien al Museo Nacional, edificio enorme con un aire al congreso o al MNAC al que al final no entramos pues faltaba sólo media hora para cerrar y era más de arqueologia e historia natural que de historia de la ciudad o arte, que en ese momento nos inspiraba mucho más. Así que dimos una vuelta por los alrededores de la Plaza Wenceslao, tomamos la leche en un café super moderno y rumbeamos para la ópera donde teníamos entradas para ver La Traviata. El edificio de la ópera superbiyuyesco, tomamos una copa de champagne en el bar con unos bocaditos, todo un lujete. Por suerte en el palco que estábamos no hubo nacie más así que estuvimos a nuestras anchas. La ópera estuvo muy bien, aunque el argumento es de los más tontos que he visto, que en ópera ya es decir mucho. A la salida fuimos buscando un lugar decente para cenar y dimos con un precioso restaurant sobre la plaza Wenceslao, donde comimos muy bien con música de piano de fondo. Nacho y Juan comieron goulash con knedlíky (una especie de ñoquis grandotes), Silvia un plato de cerdo relleno con verdurines y yo trucha a la plancha con champiñones salteados. Volvimos en subte, las estaciones están muuuchos metros por debajo de la tierra -del primer hall en el subsuelo hay entre 1 minuto 10 y 1 minuto 20 de *escalera mecánica* hasta el andén- y tienen un decorado sesentosocomunista maravilloso de fiero que es. Los trenes pasan a horario y son cómodos y limpios. Los boletos muy baratos. Al día siguiente nos fuimos al castillo, que es enorme y tiene muchas dependencias -hoy museos y cosas oficiales- susceptibles de ser visitadas. El castillo estaba hasta las repelotas de gente, lo cual no contribuía a mi buen humor. Para colmo de males, había gran profusión de italianos y españoles, que en lo que respecta a aglomeraciones turísticas son de lo peor (rasgo que por supuesto pasaron a los argentinos que engendraron). La mayoría de cosas que hay para ver en el castillo los fotografiamos sólo de afuera, ya que las colas eran tremendas y las entradas, nada baratas. Sólo entramos al Palacio, muy lindo, con enormes estufas antiguas de cerámica que aún están en uso y unos techos góticos preciosos; y al callejón de oro, curiosa hilera de casas con techos bajitos cual República de los Niños donde habitaron, se dice, los orfebres del rey, o una colonia de enanos... Kafka vivió un tiempo en el nº 22. Lo cierto es que las casitas son de lo más monono, y encima como están ocupadas por negocios que venden suvenires de lo más biyuyesco, más bonito todavía. Cansados de andar toda la mañana y agobiados por las multitudes, nos alegró descubrir un hermoso restaurant donde ofrecían un "menú checo" a 9 euros por cabeza. El lugar divino, junto a los jardines reales, y el personal super atento. El menú consistió en sopa de hongos, deliciosa. Goulash con knedlíky de pan, muy bueno y sustancioso; y de postre una torta exquisita de chocolate y manzana - combinación rara, pero ganadora. Juan no tenía tanto hambre así que comió una sopa crema de espinacas con no sé qué y unos mini crepes con canela y montañas de chantilly. Bajamos con el tranvía hasta Malà Strana, el barrio sobre la orilla derecha del Moldava, dimos un par de vueltas y cruzamos el Puente Carlos. Hordas, ríos, erupciones volcánicas de gente, que incluían una pareja de japoneses haciéndose las fotos de casamiento con lo cual provocaban horrendos embotellamientos en el ya congestionado tráfico peatonal. En esos momentos extrañaba la paz de Crailsheim. Cuando llegamos al otro lado nos tomamos un merecido refrigerio en una bonita confiteria de nombre Rejkjavik, en la esquina de las calles Karlova y Liliová. Volvimos al depto y cenamos salchichas y ensalada, compradas a dedo en el almacén de la vuelta pues el checho, amigos míos, es del todo incomprensible. En los lugares turísticos casi todo el mundo habla inglés y/o alemán con corrección, pero en un almacén de barrio eso no pasa, claro. El domingo de pascua comenzó bien temprano ya que, decididos a no irnos de Praga sin foto del famoso Puente, nos levantamos a las 7 y, previo desayuno con conejito de pascua y todo, a las 8.45 estábamos a orillas del Moldava con los otros cuatro locos que, como nosotros, querían disfrutar de la arquitectura del lugar. Luego de cumplir con nuestra misión, fuimos paseando hasta la plaza de la ciudad vieja (Staré Mesto). Queríamos sentarnos para un café, tarea imposible por el tourist trap que ello suponía: además de que casi todos los cafés estaban cerrados a pesar de que anunciaban "breakfast" y eran ya casi las 10, en los pocos que sí estaban abiertos ¡Los precios eran más caros que en Zürich! ¡4 euros un café! Lo que sí comimos fue una cosa muy rica que se llama Trdlo, una especie de cañón gordo, hueco, de masa tipo medialuna de manteca, con una cubiertita rica de azúcar y almendras picaditas, una delicia. Te lo vendían calentito en los puestos de la feria de pascua que había en la plaza. Nuestra obstinación de no dejarnos robar en los cafés de la plaza tuvo recompensa, ya que unas cuadras más adelante dimos con un café maravishoso: el café del Museo del Cubismo Checo. Fue como meterse en la máquina del tiempo: desde el edificio mismo hasta detalles como las tazas o la bacha del baño responden a la estética del movimiento, que en Praga fue recibido con entusiasmo, logrando no sólo pinturas de gran calidad sino también edificios enteros que responden a los principios cubistas. ¡Y encima con precios más que decentes! Mientras Juan descansaba un rato en ese ambiente divino, fuimos con Silvi y Nacho hasta el cementerio judío, al que no entramos pues además de la entrada había una doble cola espantosa: para comprar entrada y para entrar después al cementerio! o_O De terror. Fucking gente. De camino pasamos por una calle reciontracheta con un montón de negocios superfashion, nos voló la cabeza uno q tenían todo tipo de accesorios art-nouveau, divinos, carísimos. A la vuelta vimos el museo, pequeño pero muy, muy bueno. En la tienda del museo tenían reproducciones de objetos cubistas y algunos muebles también, muy buen gusto y muy caro. Nos fuimos a almorzar al depto, fideos con goulash de lata, y a hacer la siesta. A la tardecita nos fuimos hasta el río, Silvi quería hacer excursión en barquito pero la oferta era escasa y cara. Al menos el paseo por la costanera valió la pena ya que la arquitectura es alucinante. Destaca la modernísima Cesa Danzante, edificio co-diseñado por Frank Gehry -el mismo del Guggenheim de Bilbao, pero cada palacete neobarroco, neogótico o art-nouveau arranca merecidos "ahes" de admiración. Para esto iba atardeciendo y la hora mágica, en que las luces de la ciudad se mezclan con los últimos destellos azulados de luz diurna, nos obligaba a sacar foto tras foto tras foto. Dimos con un restaurant con terraza al río junto al Puente Carlos, con precios decentes y onda biyuyesca, y nos regalamos con una buena cena como correspondía a nuestra última noche en Praga. Compartimos una tablita de fiambres locales de entrada, después Nacho y Silvi compartieron una parrillada que dicen estaba buenísima; Juan comió risotto de hongos y yo un bruto filé de atún a la plancha con panaché, fideos negros y una mena de allioli checo mejor que el de cualquier restaurant de Barcelona. Totalmente pipones, pasamos del postre y dimos unas vueltas más por la ciudad vieja, admirando las vidrieras con todo, pero TODO tipo de objetos en cristal de Bohemia, joyas de ámbar y granates, cerámicas, artesanía en madera... La última mañana se fue haciendo las valijas y gastando las últimas coronas en la estación de tren antes de emprender el viaje que, de apoco, fue dejando atrás la belleza decadente de la República Checa y devolviéndonos a la bonita pulcritud alemana.

4 comentarios:

  1. Nuri: comparto hasta cada coma de lo que pusiste. Como le decía a Igna, a la vuelta lo leeré con más tranquilidad, y se lo pondré a Juan, ya que estoy haciendo una lectura rapidísima en un cyber de Torrent, Valencia. Un beso,

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  2. Interesantísimo. Se lee como un buen libro de viajes. Además siempre mechás con lo que comieron cosa que a mí me parece fundamental para conocer un pueblo. Soy un outsider porque entré en tu blog a través de un comentario que hiciste en el blog del granjerodejesu, del que soy fan. Ahora entiendo lo de "hum, asado" se conoce que hace mucho que no comés uno, mamita. Saludos

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  3. Hola Nuri... Me encantó tu entrada, y volveré a leerte, después de haber dormido unas horitas :)
    Acabo de llegar de visitar Praga y en esta época del año los turistas disminuyen considerablemente. Solo una puntualización: no todos los españoles somos "de lo peor" en las aglomeraciones turísticas. Y daré por sentado que a no todos los de tu país se les da tan bien generalizar ;) Me avergüenzo del comportamiento de algunos compatriotas cuando viajo, pero este viaje también me he sentido avergonzada por tres argentinos con los que me ha tocado compartir el vuelo más molesto de mi vida.
    Afortunadamente tanto en tu país como en el mío hay muchas personas que hacen que piense que la falta de respeto y educación es solo cosa de una minoría.
    Un saludo y muchos lindos viajes!

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  4. Hola Cristina: por supuesto que no todos son así... de hecho, peores que los españoles y los italianos son los argentinos!
    (o tal vez nos paezcan más impresentables que otros simplemente porque entendemos mejor sus palabras y gestos).

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