15.9.09
Martes, arte: Por las ramas
No es que pretenda irme de tema, sino simplemente mostrar un habitante del bosque. Para entrar en tema, y para los que no saben, les cuento que cuando era chica tuvimos, durante un tiempito, una lechuza.
No sé cómo el animalito había sido obtenido por un amigo del novio de mi prima, quien al llegar a su casa con él (o ella, nunca supimos) fue sacado poco menos que a escobazos por su señora madre. El novio de mi prima, entonces, se llevó la lechuza a su casa y su señora madre lo sacó carpiendo. Mi prima, a su vez, se llevó la lechuza, que ya tenía nombre (Vitico, por el bajista de Pappo) a su casa y, al llegar, la familia contempló perpleja a ese pichón feo, apenas emplumando. A la pregunta de qué hacemos ahora, la respuesta estaba clara y también tenía nombre: tía Luisa. Vitico vino a parar a mi casa.
A la maravilla inicial de tener tan exótico huésped siguió una romería por las veterinarias de Morón y Castelar tratando de saber cómo alimentar al pobre bicho. En su hábitat natural, los pichones tragan lo que la madre les regurgita. Luego de un par de días dimos, al fin, con un doctor que nos indicó unas grageas (Pancreon, todavía me acuerdo) que debíamos triturar y mezclar con la carne picada -cruda, claro está- que hasta ese momento habíamos estado masticando devotamente para que Vitico no muriera de inanición. Enterados, durante dicha investigación, que una lechuza en cautiverio puede vivir hasta 50 años, estaba claro que el bicho no podía quedarse a vivir en casa.
Vitico se dejaba acariciar, tomaba la comida de nuestros deditos sin que su afilado pico nos lastimara, y nos giraba la cabeza como Linda Blair en el exorcista para mirarnos con sus hermosos ojos amarillos de largas pestañas plumíferas. A veces ahuecaba las alas y pegaba grititos muy graciosos. A pesar de ser pichón, la jaula donde estaba ya le quedaba chica, por lo que para alimentarlo lo sacábamos a la mesa de la cocina. Mención aparte merece el entrenamiento de vuelo. Nuestro perro Bartolo odiaba todo lo que vuela, desde las moscas que se comía de una certera dentellada hasta los aviones que perseguía ladrando por todo el jardín desde que aparecían en una punta del espacio aéreo visible desde casa hasta que los perdía más allá del horizonte. Entonces dejábamos a Bartolo "encerrado afuera", bajábamos la cortina de la cocina, para que no viera a la lechuza, y desde una punta de la habitación largábamos a Vitico par que ejercitara sus alitas. El pobre pájaro aleteaba dos, tres veces, se estampaba contra la alacena y aterrizaba al mejor estilo Capitán Orville sobre la mesada de la cocina. Es un milagro que no haya quedado con daño cerebral.
Cuando Vitico tuvo todas las plumas, lo largamos en la quinta de un conocido donde había -hay- una arboleda añosa en la que habitaban lechuzas. Aparte de que a veces se posaba cerca de la casa y la gente, no supimos más de él. Con un poco de suerte habrá aprendido a cazar y, quién sabe, a lo mejor, si no se enfermó, si no tuvo un encuentro desagradable con algún perro, tal vez aún siga allí.
Y me fui por las ramas, nomás.
~ Recuerde: Haciendo clic sobre las fotos, se agrandan! ~
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Me encantó la anécdota. Ignoraba esa lechuza en tu vida. Ojalá que siga viviendo.
ResponderBorrarme gusto el recuerdo, foschia fue antes o despues que vitico? ... otro dia podes recordar este otro salvamento. petons el papa.-
ResponderBorrar