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21.1.24

Mi viaje a Japón: Osaka y vuelta a Tokyo (6/6)

 21.12 

El solsticio de invierno se hizo sentir con un día muy frío. La salida de la estación de Ōsaka fue por suerte más amable de lo que parecía en Google maps, y encontramos el hotel fácilmente a pesar de estar entre una peatonal techada y una avenida por donde pasa la autopista. Suena peor de lo que es. Dejamos las valijas y nos fuimos derecho al castillo. El actual es la tercera iteración del mismo, reconstruido en 1970, después que fuera destruido dos veces en el siglo 17, cuando se construyó. Por lo tanto, a sus 53 años, esta versión es la que más tiempo se ha mantenido en pie. Por dentro, eso sí, es un museo, no un castillo, pero estuvo interesante y no es caro (y las vistas de arriba son buenísimas). Lo que más me impresionó, sin embargo, fue el doble foso, enorme y lleno de agua. Había barcos que te paseaban y todo (no fuimos, pero estaban). 

Nos fuimos luego para el barrio de Namba, donde tenía marcado un restaurant que tenía una promoción de Attack on Titan, pero ya no estaba; por suerte, en los bajos del mismo edificio había una hamburguesería donde comimos muy rico. Vale decir que la densidad comercial de Ōsaka es similar a la de Tōkyō, todo edificio es un shopping; hay varias peatonales cubiertas, también.  

Fuimos paseando para el lado de Shinsaibashi, distrito comercial. Pasamos por una zona llamada Amerika-mura, con muchas tiendas de artículos y/o estética yanquis. Mucha ropa estilo hip hop. Mirando tienditas llegamos a Dotonbori, centro de ocio de Ōsaka alrededor del canal que le da nombre, y seguimos hasta una calle que había varias tiendas frikis. De Attack on Titan seguía habiendo lo poco y nada que venía viendo (o no) hasta el momento, pero conseguí una bolsita de la colaboración que hicieran con Sanrio y gachas de Armin y de Chainsaw Man. 


Los gachapon son maquinitas que, monedas mediante, te administran una cápsula de plástico con una sorpresita adentro. Como un huevo kinder, pero sin el huevo. Cada gachapon tiene una lámina con los chiches que te pueden tocar en esa máquina, siempre de un mismo tema: muñequitos de un anime o tema determinado, un personaje equis en varias posiciones distintas, llaveritos, stickers... Pero es que hay de todo. Y cuando digo de todo, es de todo. Regla 34 versión japonesa: Si existe, hay un gachapon de eso. La variedad de temas y objetos que se pueden sacar de un gachapon son tan apabullantes como las calles comerciales del país. Toda atracción turística cuenta con algunos gachapones relacionados. En los castillos había de figuritas de samurái, espaditas o pines con emblemas de las casas feudales de Japón; cerca de los zoológicos hay de animalitos. En las zonas comerciales hay locales enteros, algunos de varios pisos, solo de gachas. Algunos de estos locales incluyen un contenedor para reciclar las cápsulas plásticas y todos tienen una máquina de cambio, ya que los gachapones solo admiten monedas de 100 ¥. Las sorpresitas suelen estar entre 200 y 500 ¥, con una mayoría de 300-400, aunque hay algunos “premium” de hasta 1000. Todo bien, pero no me da pagar tanto por algo sorpresa.  


En este sentido, los gacha no están solos: lo de comprar sorpresas parece ser algo muy internalizado y popular. Muchas marcas venden productos sorpresa. Comprás un cuadrito, una figurita de acrílico, un muñequito, pero no sabés qué modelo de los disponibles te va a tocar. Incluso en varios locales tenés productos que no se venden, son de tómbola. Comprás un número en la caja y te toca alguno de esos artículos. Si bien, como observó Nacho, no conocemos los círculos de intercambio que genera todo ese negocio, no tan distinto conceptualmente de las figuritas que juntábamos de chicos o los mismos huevos kinder, la profusión de sorpresas es algo que me llamó mucho la atención, tanto por la ubicuidad como por los precios, que pueden pasar los 1000 ¥, y ni siquiera tenés el huevito de chocolate para consolarte si, como me pasó dos ocasiones, te toca el boludo de Eren. 

Para la cena, ahí sí, conseguimos ir a un lugar de okonomiyaki que tenían una promo de Attack on Titan. Una “colabo”, que le llaman. No suelen ser lugares con gran valor gastronómico. Te ponen un menú de platos inspirados” en la franquicia que toque; si gastas más de equis plata te dan un souvenir tipo tarjeta, o sticker o tal, sorpresa, y tenés la posibilidad de comprar merchandising, todo esto con diseños exclusivos para esa colabo. De nuevo, muchos de ellos sorpresa. Total, me saqué mi foto con Levi y me tocó una tarjetita de él, también. Estábamos muertos, así que la vuelta post-cena fue mínima. 


22.12 

Nos levantamos y, tras desayunar, fuimos en Shinkansen hasta Himeji, cuyo castillo del siglo 17 se ha mantenido intacto hasta hoy y es patrimonio de la Unesco. El castillo de Himeji tenía función defensiva, no es un palacio aunque por fuera lo parezca. Igualmente es fabuloso ver cómo era un castillo en esa época en Japón (los sistemas defensivos son muy similares a los europeos. Me sorprendieron las saeteras con tapita; como friolenta, aplaudo). Impresiona también ver como esa megaestructura básicamente de madera y adobe se tiene aún en pie después de 3 siglos. Hace unos años, por mantenimiento, lo desarmaron... y rearmaron completo con las mismas piezas. Las dos columnas principales son dos troncos de casi un metro de diámetro y 25 de largo que van del sótano al 5º piso (4º real). Las vistas desde arriba son hermosas.


La visita se completó con un paseo por los jardines de al lado (entrada combinada). En este jardín hay un restaurant muy cuqui con vistas a uno de los tantos estanques del parque que, oh maravilla, tenía precios populares, así que como ya eran las 12, comimos ahí, todo muy rico. Volvimos a Ōsaka, no con el shinkansen sino con un rápido local que nos dejaba directamente en la estación de cerca del hotel (el shinkansen sale de otra) y, por esas cosas de horarios, tardábamos lo mismo.

Tomamos un café y decidimos salir cada uno por su lado para ver tienditas tranquilos hasta la hora de la cena. Habíamos quedado en Shinsekai, pero Nacho, que llegó primero, vio que el ambiente tenía muy poca onda, así que nos encontramos en la zona de tienda frikis de Namba y fuimos a cenar a Dotonbori. Comimos takoyaki y kushikatsu, especialidad local consistente en pinchitos de lo que sea pero empanados y fritos. También me pedí un guisito de cartílago de vaca, muy rico, parecía fricandó. Dimos una mini vuelta por el canal y volvimos al hotel para salir bien temprano al otro día. 

23.12 

Madrugamos para poder agarrar el Shinkansen a Tōkyō con tiempo de aprovechar algo de la mañana. El tren salió a las 7:36 de Shin-Ōsaka y llegó a Shinagawa a las 10:45, con diez minutos de retraso. Los retrasos, parece, son habituales en invierno, cuando la zona cerca del monte Fuji está nevada. Igual, 500 km en 3 horitas no está nada mal. Dejamos las valijas en el hotel (el mismo que a la llegada) y aquí tuve un gran disgusto porque teníamos pensado hacer la media mañana en un local cercano, Hekkelun, que vende flancitos desde los años sesenta. Yo no sé si yo vi mal el horario en Google o si lo cambiaron en los diez días que estuvimos de gira por el resto de Japón, pero estaba cerrado el finde. Me dio muchísima bronca, pues me hacía mucha ilusión y, si hubiera sabido, obviamente hubiéramos ido antes de salir de Tōkyō. Había que remontarla como fuera así que, luego de un tecito frente a la estación de Shinbashi, y de camino al parque que nos quedamos sin ver la otra vez por la lluvia, pasamos por el edificio de la NTV, donde hay un hermoso reloj diseñado por Hayao Miyazaki. Llegamos justo para ver el movimiento de las 12, una monada como no podía ser de otra manera.

Fuimos luego al parque, muy bonito, eran los jardines del shogun e incluyen cosas como antiguos salones de té (sólo funciona uno, el resto está museificado), un estanque de agua de mar, pues está al lado de la bahía, y estanques que tenían preparados para la caza del pato, que se ve era muy popular. Usando patos de verdad entrenados como cebo, conducían a los patos a rincones estrechos del estanque con casetas camufladas a ambos lados desde donde les daban caza. Volvimos hacia Shinbashi, pues no había nada decente para comer cerca de donde estábamos, y dimos por casualidad con un inconspicuo local de sushi en el sótano de la estación, donde comimos de maravilla por, repito, casi la mitad de lo que nos saldría acá pedir a domicilio.

Decidimos entonces hacer un cada uno por su lado como en Ōsaka, para cubrir más terreno. Yo me fui a pie a Itoya, la papelería gigante de Ginza. Hermosa, aunque hay que decir que los 8 pisos son bastante estrechos. Podría decirse que Raima no tiene nada que envidiarle... pero Itoya tiene papeles de carta, así que muy a mi pesar se anota un poroto. De ahí me fui hasta la otra punta, a Shibuya, para ver el pop-up shop de Attack on Titan (había abierto el 22, así que en la primera parte no estaba) donde por fin conseguí merchandising decente (más tarjetitas sorpresa por gastar mucho compra).


Shibuya estaba a reventar de gente, en plan subte porteño a las 6 de la tarde, solo que era un sábado a las 4. Con esas hordas, no me quedé y huí
a un barrio con el simpático nombre de Ochanomizu (lit: agua para el té) donde tenía marcada otra papelería linda para chusmear. Nos encontramos con Nacho en Akihabara, donde miramos algunas tiendas frikis, tomamos algo en un cat cafe (bastante trucho, pero los gatos lindos) y cenamos en un local de por ahí.
 

24.12 

Nos despertamos, ambos, ridículamente temprano y, viendo que no nos íbamos a volver a dormir, desayunamos en McDonald's (lo único abierto a las 6 am) y nos fuimos al Meiji Jingu. Es un santuario sintoísta en Harajuku donde se consagró como dioses al emperador Meiji y su esposa, la emperatriz Shoken. El emperador Meiji fue quien abrió Japón al mundo a mediados del siglo 19, luego de dos siglos y medio (la era Edo) de no tener ningún contacto con el extranjero. Precioso, muy bien cuidado. Los jardines del santuario abrían a las 9, así que hicimos un segundo desayuno en Starbucks y cuando fue la hora fuimos a buscar el goshuin y visitar los jardines. Eran los del emperador; hay una casa de té, cerrada, desde donde la emperatriz miraba el lago, con muellecito para pescar y todo. También un campo de lirios, evidentemente yermo por ser invierno, con una glorieta para contemplar la floración. Este campo está plantado en lo que era un arrozal, donde en la antigüedad hacían trabajar a los hijos de los nobles para que supieran el laburo que daba y pudieran apreciar la comida que tenían.  


De ahí fuimos al museo de ukiyo-e, que está a un par de cuadras, muy interesante. Precursor del offset, se puede decir, ya que cada lámina se estampa con varias placas de madera, una para cada color. Esta es la técnica detrás del archifamoso La Gran Ola, de Hokusai. Comimos en un ramen cercano, Kyushu Jangara. Había cola, pues local chiquito solo de barra, pero estaban muy bien organizados y no tuvimos que esperar tanto (no había muchas opciones en la zona, menos buenas, y a esa hora probablemente hubiera cola en todas). Lo principal: el ramen estaba buenísimo, con su caldo tonkotsu, su huevito y la reconfortante sensación que te deja una sopa como dios manda en un mediodía frío de invierno. Dimos una vueltita por Harajuku, era un mar de gente, difícil caminar por la peatonal. Bajamos luego por la avenida principal, llena de marcas top, hasta el metro de Omotesando.


Lo tomamos hasta
Tōkyō Station y yo me quedé viendo la Character Street (una galería de tiendas de personajes donde conseguí más de AoT) y Nacho se fue por su lado. Pasé por el hotel a dejar las compras y nos encontramos en el KFC de Shinbashi para comprar nuestra cena de Nochebuena a la japonesa. Acá no se celebra navidad salvo por los adornitos, que a esta gente la pierde lo cuqui (y no es crítica), y la tradición, nacida a partir de una propaganda de los setentas, es cenar KFC. Había cola y ya se habían agotado algunos menús.


Cenamos en la habitación del hotel y d
espués nos dedicamos a armar la valija con la calma. Nacho hizo el check-in y, antes de meterme en la cama, tipo once, revisé el mail y le reclamé que no me había llegado bien el boarding. Se fijó, y nos encontramos con la desagradable noticia de que nuestro vuelo estaba cancelado. Lluvia de chanes.
 

25.12 

Huelga decir que dormimos como el orto, y a las seis ya estábamos despiertos. Nacho chateó con Lufthansa y le ofrecieron reubicarnos en un vuelo dos horas más temprano que el que teníamos, así que nos vestimos y salimos corriendo al aeropuerto. Con el madrugón involuntario, llegamos temprano igual y, como no hay mal que por bien no venga, ¡Viajamos en el monorriel de Kiki y Lala!


No acabamos de correr ahí
, sin embargo, porque el vuelo alternativo era con código compartido con ANA, y tuvimos que cambiar de terminal; por suerte, como ya estábamos ahí llegamos con tiempo. El personal de ANA, el control de seguridad y migración fueron de lujo. ¡Feliz Navidad!
 

Ah, y por si no lo leyeron, no se pierdan la aventura del Redoxon Japonés!